
Pamukkale
Fecha del viaje: Octubre de 2013
Esta excursión forma parte de un viaje de seis días a Turquía. Ese día habíamos salido después de desayunar de Mármaris con nuestro coche de alquiler y hecho una primera parada en las ruinas de Afrodisias (podéis pulsar aquí para ver el relato de la visita a Afrodisias) y después de comer, y una hora de ruta por las maravillosas carreteras rurales de Turquía, llegamos a Pamukkale.
Fuimos directamente a nuestro hotel (más bien, casa de huéspedes) que estaba junto a la entrada de Pamukkale. Era un sitio sencillo, pero acogedor y limpio. Nos instalamos rápidamente en la habitación, y fuimos dando un paseo hasta la entrada sur de la zona de piscinas de travertino.
Recomendaciones importantes
- Es buena idea ir con un calzado que sea facil de quitar y de poner, lo mejor sandalias. Y por supuesto, lleva bañador. Para subir por la rampa que recorre las terrazas de travertino tienes que ir obligatoriamente descalzo, y corre agua calentita por todos lados. Una vez arriba, para recorrer las ruinas, deberás usar calzado.
- Arriba hay una piscina termal muy recomendable para darse un baño, la piscina de Cleopatra (se paga aparte). Si vas con tiempo de sobra, sino es mejor aprovechar el tiempo en las ruinas de Hierápolis. Junto a la piscina hay además un bar-restaurante que está muy bien montado para tomar algo.
- Nosotros fuimos en Octubre, pero si vas en verano, lleva agua y sombrero para las ruinas, no hay ninguna sombra y tiene pinta de que en verano hace bastante calor.
- Una fantástica manera de acabar el día es viendo la puesta de sol desde el santuario de San Felipe, en la parte superior de las ruinas. Además, es donde menos gente hay, posiblemente estaréis solos.
Sacamos la entrada en la misma taquilla. No parece que se pueda sacar online, pero en esta web podéis ver información de horario y precio. Ahora (2025) el precio está en 30 euros, la verdad es que ha subido mucho en los últimos tiempos, nosotros pagamos mucho menos. La entrada vale para las terrazas y las ruinas de Hierápolis.
Desde la taquilla y ya con las entradas, empezamos a caminar por una especie de camino habilitado que lleva hasta la parte superior de la ladera, donde se encuentran las ruinas de la antigua ciudad de Hierápolis. Nos quitamos el calzado, ya que es obligatorio, y además resulta muy agradable sentir el agua tibia corriendo sobre nuestros pies.
La rampa de subida, a base de pasar agua por ella durante años, estaba cubierta por una capa de carbonato cálcico de un blanco deslumbrante, como toda la ladera. Era un auténtico masaje para los pies caminar sobre aquella superficie, sientiendo la calidez del agua termal acariciar nuestros pies. Hay que ir con un poco de cuidado, porque está resbaladizo. Con razón este sitio se llama "Pamukkale", que quiere decir "castillo de algodón".
En la foto de abajo, una panorámica general de la ladera cubierta de la sedimentación del carbonato cálcico. En la parte superior es donde los romanos construyeron la ciudad de Hierápolis, que es donde están los manantiales de aguas termales. Esas aguas caen por toda la ladera, y acaban en el pequeño lago de su parte inferior. La visita consiste en remontar la ladera hasta arriba por un camino habilitado, pudiendo bañarte en algunas de las piscinas, y una vez arriba, visitar las bellísimas ruinas de Hierápolis.
Ojo, que también hay una entrada por arriba, pero por ahí va mucha más gente. Es mucho mejor entrar por la entrada sur, la que está abajo, e ir subiendo la ladera caminando. En la parte inferior hay menos gente y además disfrutas y recorres el lugar de forma más completa.
En las dos fotos de abajo, las piscinas originales, formadas de forma natural durante siglos. Hace ya años que no se puede acceder a ellas, ya que quedaron muy degradadas por el uso continuo de la gente. Ahora se están regenerando, y el camino de subida va por otro lado donde han hecho unas piscinas artificiales que, con el paso de los años, se van naturalizando, cubriéndose de esa capa blanca de carbonato.
Las restricciones de acceso a las piscinas naturales de travertino en Pamukkale comenzaron a implementarse a finales de la década de 1980, específicamente en 1988, cuando el sitio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Antes de esta designación, la falta de regulación había permitido la construcción de hoteles directamente sobre las formaciones, el uso descontrolado de las aguas termales para llenar piscinas privadas y la circulación de vehículos en áreas sensibles, lo que provocó un deterioro significativo del lugar. Tras la intervención de la UNESCO, se demolieron los hoteles, se prohibió el uso de calzado en las terrazas y se restringió el acceso a muchas de las piscinas naturales para facilitar su recuperación y conservación.
Abajo, fotos en la zona por donde sí que se puede ir. Es un sitio muy frecuentado por el turismo nacional, pero se ven pocos extranjeros. Cuando estuvimos nosotros había gente, pero no era para nada agobiante. Seguramente ayudó que era ya por la tarde.
Las aguas termales de Pamukkale emergen a una temperatura de alrededor de 35°C, ricas en bicarbonato de calcio. Al llegar a la superficie, el dióxido de carbono se libera y el carbonato de calcio se deposita, formando una sustancia que, al solidificarse, crea las distintivas terrazas blancas de travertino. Este proceso ha ocurrido durante milenios, dando lugar al paisaje actual.
La región se encuentra en una zona de intensa actividad tectónica, caracterizada por la presencia de fallas y fracturas que permiten la circulación de aguas subterráneas a profundidades considerables. A partir de algún terremoto producido hace miles de años, se produjo una rotura en el terreno que permitió el ascenso y surgencia de estas aguas cargadas de minerales.
No resulta raro que las civilizaciones antiguas escogiesen este sitio para construir una gran ciudad en la parte superior, donde se producía la surgencia de las aguas, para aprovecharlas con fines medicinales.
En el siglo II a.C., los reyes de Pérgamo fundaron la ciudad de Hierápolis sobre estas formaciones, aprovechando las propiedades terapéuticas de las aguas termales. La ciudad se convirtió en un centro de sanación, donde se trataban diversas dolencias. Los romanos ampliaron la ciudad, construyendo baños, templos y un teatro, consolidando su reputación como destino de bienestar.
Y de esta manera, después de remontar la ladera cubierta de travertino, llegamos a las ruinas de Hierápolis. Pero antes, todavía dedicamos un poco de tiempo a disfrutar de la "piscina de Cleopatra", como podéis ver en las dos fotos de abajo.
Esta piscina se formó de manera natural tras un terremoto en el siglo VII d.C., que provocó el colapso de columnas y estructuras del cercano Templo de Apolo en el manantial termal. Estas columnas de mármol y otros restos arquitectónicos aún yacen en el fondo de la piscina, permitiendo a los visitantes nadar entre antiguas ruinas romanas. El agua mantiene una temperatura constante de aproximadamente 36°C y es conocida por sus propiedades terapéuticas.
Y después del baño en esa magnífica piscina, nos lanzamos a descubrir Hierápolis, ya con la luz del atardecer. Se nos echaba el tiempo encima. Esta piscina tiene un coste adicional al precio de entrada a Pamukkale y Hierápolis. Además, junto a la piscina hay un bar que es un sitio estupendo donde tomar algo, si es que vas con tiempo de sobra, que no era nuestro caso.
Abajo podéis ver un plano de la ciudad. A la izquierda vienen representadas las terrazas de travertino, así como la piscina de Cleopatra, pasada la cual empiezan las ruinas en sí.
Y aquí podéis ver una reconstrucción de como pudo ser la ciudad en su cénit, cuando llegó a tener varias docenas de miles de habitantes.
Abajo a la izquierda, foto en el Ninfeo, una fuente monumental. Al lado está el "Plutonio", también conocido como la "Puerta de Plutón". Este sitio estaba dedicado a Plutón, el dios romano del inframundo, y se creía que servía como portal al infierno, debido a las emisiones letales de gases provenientes de una cueva en su interior. Este lugar estaba cerrado en nuestra visita, y volvió a abrir al público en 2018. Cualquier animal, como por ejemplo pájaros, que se acercaban a su entrada, caían fulminados por los gases.
Estos gases, principalmente dióxido de carbono, eran resultado de la actividad geológica subterránea. Estas emisiones eran letales para los animales y provocaban la muerte instantánea de cualquier ser vivo que se acercara demasiado. Los sacerdotes, realizaban rituales en este lugar, demostrando su inmunidad aparente al gas al entrar en la cueva, lo que reforzaba la creencia en sus poderes divinos.
En el mundo romano existían tres puertas al infierno conocidas. Una era ésta, en Hierápolis. Otra estaba en el lago Averno, en el sur de Italia (un lago que ocupa el cráter de un volcán extinto, y que también tiene emanación de gases tóxicos), y una tercera en la ciudad perdida de Nysa, cuyas ruinas visitaríamos al día siguiente.
Después, fuimos hacia el monumento más espectacular de la ciudad, el teatro.
El teatro es formidable. Construido durante el reinado del emperador romano Adriano en el siglo II d.C., el teatro fue posteriormente ampliado bajo el mandato de Septimio Severo en el siglo III d.C. Tenía capacidad para unos 15.000 espectadores y es uno de los mejor conservados del mundo romano en el mundo.
Una vez visto el teatro, cogimos el camino que sube hacia las afueras de la ciudad, a otro de los principales monumentos de la ciudad, el martirio de San Felipe. Ya quedaba poco para que se pusiera el sol, y esa luz de los últimos momentos del atardecer era fantástica.
San Felipe, uno de los doce apóstoles, tras la resurrección de Cristo, predicó en regiones como Escitia, Lidia y, principalmente, Frigia, donde se encontraba la antigua ciudad de Hierápolis. Fue martirizado en esta ciudad alrededor del año 80 d.C., a la edad de 85 años. Se cree que fue crucificado cabeza abajo, similar al martirio de San Pedro. Algunas versiones sugieren que, además de la crucifixión, fue apedreado.
En el siglo V se construyó una basílica en el lugar en el que fue enterrado. Su tumba puede verse en la foto de abajo a la derecha, es esa especie de casita de piedra cerrada con una verja. Un lugar solitario y solemne, a las afueras de la ciudad, en lo alto del monte. Y un momento realmente místico, allí los dos solos, con esa luz maravillosa.
Y al lado de la tumba, también en el siglo V se construyó un santuario octogonal en el lugar donde el santo fue martirizado. Los restos de ese edificio se pueden ver en la foto de abajo a la derecha, durmiendo el sueño eterno del olvido. Toda esa zona era una antigua necrópolis, y hay varias tumbas talladas en piedra repartidas por el lugar. Sin duda, el mejor lugar de Hierápolis para ver el atardecer.
Desde ese santuario volvimos a bajar hasta llegar de nuevo a la parte central de la ciudad, donde aún anduvimos un rato con las últimas luces del día. Todo el mundo se había ido, y solo quedábamos nosotros en las ruinas, era algo increíble, y maravilloso. Teníamos esa fascinante ciudad perdida para nosotros solos.
Daba la impresión de que todo este complejo no tenía hora de cierre. La gente se había ido yendo poco a poco, hasta que solo quedamos nosotros paseando por la calle principal de la antigua Hierápolis, la via Plateia, desde una de las principales entradas a la ciudad, la puerta de Domiciano. La fotografía en la que se ven unas columnas y unos muros de sillares son un edificio de letrinas públicas en la via Plateia.
Y llegó el momento de dejar las ruinas, despedirnos de esta bella ciudad, para volver a bajar al pueblo y cenar, que ya íbamos teniendo hambre. Desde la zona de la puerta de Domiciano fuimos hasta el borde de las terrazas de travertino, y por una pasarela de madera fuimos caminando hasta la rampa de bajada, disfrutando mientras de las últimas luces del día.
Al llegar a la rampa, tocó descalzarnos, porque a partir de ese punto el agua fluye por todos los lados (y además está prohibido ir con calzado). Ya era noche casi cerrada, y había que ir alumbrándose con la linterna del móvil, fue una pequeña aventura muy emocionante. Daban ganas de volver a darse un baño en alguna de las piscinas de agua termal que había en el camino. Cuando pasamos por la taquilla, estaba cerrada y no había nadie. No parece que haya control de salida.
Una vez fuera, fuimos dando un paseo hasta nuestro hotel, y allí nos prepararon una cena casera para chuparse los dedos, el colofón perfecto para terminar un día tan repleto de aventuras y descubrimientos.
Al día siguiente nos esperaba un largo viaje hasta el aeropuerto de Esmirna, pero haciendo una parada entre medias en las ruinas de la misteriosa y perdida ciudad de Nysa (podéis pulsar aquí para ver el relato de la visita a Nysa).
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